Por: Alberto Fernández
El clamor de todo un pueblo se manifiesta en la esperanza por el cambio y un gobierno que administre eficientemente los recursos públicos en función del bienestar general de la gente.
Lastimosamente ese «cambio» lo han concebido desde un concepto ideológico que conlleva a la polarización de un país. Ahora y desde siempre navegamos políticamente entre dos orillas: izquierda y derecha, que estratégicamente muchos disfrazan de progresismo, centro y extremistas.
Y es precisamente este juego de conceptos lo que mantiene dividido al ciudadano que cae en ese teje maneje inducido sistemáticamente por quienes manejan los hilos del poder. Cuesta mucho creer que por encima del bien general primen siempre los intereses particulares de unos pocos.
Pensar que en Venezuela estén dadas las condiciones para un cambio de régimen nos parecería utópico dado que quienes gobiernan tienen el control sobre todas las instituciones propias del Estado y este escenario se presta para violar toda intención de una población mayoritaria que anhela un cambio, siendo que no hay garantías para el buen ejercicio de la democracia.
A escasas horas de las elecciones en Venezuela se percibe la necesidad que tienen sus habitantes por un cambio. Según muchos analistas dadas las condiciones políticas del país y la injerencia que tiene el gobierno liderado por su presidente, es poco probable que esto suceda. Pero en la viña del Señor todo es posible, hasta lo imposible.