Transcurría el año 2004, en mi época de estudiante de postgrado en la Universidad El Bosque de Bogotá, cuando conservaba una figura más saludable, porque para sobrevivir en la capital del país, hay que comer sano, para el bolsillo y el cuerpo humano.
Vivía en casa de mi prima Maritza Barrios de Fernandez y su esposo, el Mono Fernández más que primo político, era mi hermano, fraternal y literalmente, cuando coincidíamos en casa, preparaba unos deliciosos platos, ricos en verduras y vegetales.
Por otro lado cerca a la universidad, encontré un restaurante de barra de ensaladas y frutas, a precio económico e ilimitado el consumo, lo que favorecía mi economía y mi salud.
Llegó mitad de año y por vacaciones regresé a mi Ciénaga del alma. En esos días mi apreciado amigo Antonio Florencio Jiménez Rebollo me extiendió una invitación a almorzar en su fraternal quiosco de su residencia.
Toño es un tipo amplio, querendón y buena gente, es en verdad un hombre libre y de buenas costumbres y tiene fama de ser un anfitrión elegante y exagerado en sus comidas, lo que comprobé personalmente, en muchas ocasiones.
El día del sancocho me dice, venga mi hermano a comerse una cabeza de cerdo — a lo que Milcíades Durán invitado también— interviene: «para que vuelva a ser el Victor Hugo de siempre, porque con esa cara escuálida, ‘llevao’, parece que en la nevera no le dan comida, ja, ja, ja, remató su saludo.
El famoso sancocho además de la cabeza de marrano, tenía: cuatro gallinas criollas, veinte libras de costillas de res, igual cantidad de carne salada, yuca, plátanos, mazorca, ñame, guineo verde, auyama, verduras y para espesear Zaragozas frescas.
Terminé mi totuma gigante del suculento sancocho, cuando Consuelo — la esposa de Toño — me dice, ¿quieres repetir?
por pena dije que si, pero mi dietético estómago comenzó a protestar, una erupción de gases no se hace esperar y sentí que todo me daba vueltas, me dió la pálida, la respuesta orgánica a una interrupción abrupta de una dieta suave, por el fuerte impacto de nuestro plato Caribe.
Me llevaron al Hospital, dónde me atendieron oportunamente y el Médico de turno, mi gran amigo Beto Ariza, me dice: — Tienes la propia pálida viejo Víctor, cuídate…