Por: Alberto Fernández
A cada generación le llega su época y es ésta precisamente la que se ha manifestado de muchas maneras y en distintos escenarios pidiendo no sólo ser escuchados sino también tenidos en cuenta.
Ante la falta de atención y padeciendo en carne propia los rigores de la crisis económica y social, agudizado aún más por la pandemia, sintieron la amenaza de un sistema económico global asfixiante que cercenaba día a día las esperanzas de un futuro mejor.
Para muchos les podría parecer la emancipación de unos rebeldes sin causa, pero no así en otros que ven reflejarse en ellos por la valentía y el coraje que le imprimen a la conquista de sus sueños, y a los que han tenido que claudicar ante la falta de garantías por la vida, pero que igual renace cual ave fénix en medio de sus cenizas y son precisamente los jóvenes quienes les representan.
Pero si de buscar respuestas se trata, solo basta con analizar la realidad en la que se vive hoy por hoy, con una clase política corrupta que hace y deshace del erario público un festín donde siempre comen los mismos sin siquiera percatarse que el hambre y la miseria son las únicas raciones que se les deja a quienes suman por millares en nuestra querida pero tan sufrida patria.
Es tanto el escepticismo de muchos, que se niegan a creer que esta vez sí sea cierto que se puede generar un cambio generacional que transforme la estructura misma del Estado, sus instituciones y el buen manejo de la cosa pública. Que se gobierne para el pueblo y con el pueblo, más no como lo han hecho y siguen haciendo cual amos y señores dueños absolutos de lo que no les pertenece: la dignidad de todo un país.
Y así les cueste aceptarlo a los dirigentes políticos que han gobernado por décadas sin Dios y sin ley, que están llamados los jóvenes a cerrarles filas, animados en un solo propósito: construir una sociedad donde confluyen las ideas y la participación ciudadana con justicia y equidad social para todos.
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