Por: Alfredo Pinilla
El territorio del que somos, nos ha condicionado indudablemente la manera de pensar. Ya podrán imaginar ustedes, la complejidad de la mente de un cienaguero, con todo lo interesante que es tener el Mar Caribe, La Sierra Nevada y La Ciénaga Grande, en un mismo lugar.
Habrán otras razones, pero ésta (la riqueza natural), considero que es una de las que nos permitió ser conocidos, por ejemplo, por aquello de ‘La Capital del Realismo Mágico’. Es tan particular nuestra estructura mental, como nuestra geografía.
… y es La Ciénaga Grande, un punto clave en todo esto, pues allí, se abrazan las frías aguas provenientes de lo más alto de las montañas, con la salinidad de un mar gigante que también baña nuestras orillas. La ciénaga, fue el lugar que albergó aquel suceso del cual somos dueños, como lo fue, el día que un voraz caimán se comió a una niña inocente, que desobedeció a sus padres y se acercó a aquel sitio en donde corría peligro.
El caimán, para nuestros antepasados, era un animal muy respetado, pues aquel ecosistema estaba copado por esta especie, que junto al tigre y otros felinos, eran los reyes de esta cadena alimenticia.
En este territorio convivía rica flora y fauna, que en ese momento no era amenazada por la existencia de una carretera mal construida y por el cambio climático; pero también, convivían tribus indígenas, más específicamente, los Chimila, cuya ubicación no era precisa, pero se dice que eran los dueños y guardianes de todo esto, desde el Cesar, hasta el Magdalena, incluyendo todo este territorio cenagoso.
Fueron ellos quienes nos heredaron ciertas prácticas, entre ellas, el hecho de celebrar la muerte, para así, lograr el eterno descanso de las almas humanas.
La muerte de Tomasita no la celebramos porque sí, todo tiene una explicación, tanto desde el dolor, como desde la huella cultural que nos ha dejado la historia, historia de la cual formamos parte de manera ineludible.
———————
Cienagueros: ayer asistí a un conversatorio en el marco de las fiestas del Caimán y la verdad, en medio de lo emocionado que estaba, por todo el conocimiento que estaba percibiendo, también lamentaba en mi mente, que las nuevas generaciones se nieguen la oportunidad de aprovechar estos espacios.
A uno de los ponentes le hicieron una pregunta: “¿cuál es el futuro del festival?”… y dubitativamente respondió, que el marketing que se haga, que el rescate del verso improvisado, entre otros argumentos.
Con el permiso de las brillantes mentes que allí estuvieron, mi opinión es: que El Caimán necesita que nos apropiemos de él y lo asumamos con sentido. Y al asumirlo con sentido me refiero a todo, o para ustedes, ¿tiene algún sentido que la fiesta lleve casi que el mismo formato hace décadas?
Hay que buscar la manera de hacerlo interesante para los jóvenes, utilizando las nuevas tecnologías, pero sin que pierda su esencia. Sería “bacano” recrear en realidad aumentada aquel suceso y llevarlo a los colegios, como una cátedra (es solo un ejemplo).
[Concluyo] Siempre que no le demos sentido a esto y no nos apropiemos, seremos “aquella carretera mal construida” que atente contra el ecosistema de un Caimán hecho festival y que poco a poco podrá ir desapareciendo.
Gracias a Edgar Rey Sinning, a Jorge Elías Caro, a Gustavo Rodríguez Robles, a Alberto Arias, a Fernando Mier, a la Fundación Crear Cultura, Alcaldía e Infotep, por tan rico espacio. Debería institucionalizarse y replicarse año tras año.