Por: Edilberto “El Mono” Hernández
En mis años bien vividos, recuerdo a mi padrino Alberto Barraza, con su cabellera blanca, fina, como hilos de plata, su frente de entradas, cejas pobladas blancas por el paso de los años y por sus características genéticas, los Rodríguez Barraza en su gran mayoría muestran sus canas de manera prematura.
Desde muy joven mi padrino se dedicó al conocimiento profundo del funcionamiento de los relojes, al punto que se convirtió en el mejor relojero del municipio, me gustaba ver el arreglo de los relojes de diferentes marcas, mi padrino se colocaba la lupa de relojero de color negra sobre el ojo izquierdo, solo se le notaba el vidrio grueso de la lupa y la contracción de los músculos orbiculares de la órbita para sostener la lupa.
Yo decía “mi padrino tiene mucha fuerza en el ojo”.
Cuando salía del colegio San Juan del Córdoba, en el inicio de mi bachillerato y donde posteriormente terminé, pasaba por donde mi padrino Alberto Barraza, el no solo me limpiaba y arreglaba el reloj, sino que me daba las monedas de 20 y 50 centavos para comprar el guarapo en la estación, mis mejores recuerdos era la manera de ver a mi padrino como hablaba arreglando el reloj, como cuando el escritor relata su propio cuento, en lo más profundo creo que quise aprender arreglar relojes, de hecho conservo una fijación por ellos, tanto que los colecciono, hoy no sé si era por ver a mi padrino arreglar los relojes o por el guarapo que me tomaba en frente de la relojería, en plena estación del ferrocarril donde está ubicado el monumento de la Masacre de las Bananeras.
Ese monumento cuestionado porque refieren que es simbólico de la isla de Haití y no de nuestra procedencia Magdalenense.
Mi padrino Alberto, sobrino de Ana de Jesús Rodríguez, mi bisabuela a quien recuerdo tanto al igual que todos mis tíos: Rodríguez Barraza: Eulalio, José fráncisco, Yayo, Tomasa, entre otros fieles difuntos, los Rodríguez Barraza eran grandes personajes.
Jugando la ruleta y siendo además buenos protagonistas de la exposición de los juegos de azar en los municipios y corregimientos del Magdalena y del Atlántico, caminaban mucho, sofocados por las frondas de la provincia.
La atarraya era otra pasión de la familia, pescar por diversión, pescar para comer, pescar para repartir, pescar para hacer algo y así evitar el andar en las calles y no ser víctima de la mala crianza.
Me gustaría que estuvieran vivos y me contaran nuevamente la historia a viva voz, de las referidas versiones de la historia del Caimán Cienaguero, “cuenta que allá llegaría por casualidad un 20 de enero, día de San Sebastián, una joven madre de apellido Bojato o Badillo a lavar al ‘Caño e’ Loro’, lugar donde tenía su hábitat un enorme caimán en compañía de sus hijas”.
“Muchas fueron las recomendaciones de esta madre para la hija mayor a fin de que tuviera cuidado con la pequeñita por temor al caimán”.
“Escuchar la voz tenue, melodiosa y esa expresión jocosa de sus cantares del caimán “mijita linda donde está tu hermana”.
Mis tíos cantaban pero también tenían vena artística para tocar los tambores y la tambora, era impresionante ver como la tambora se acompañaban del sonar de los tambores y entre ellos se miraban para llevar los ritmos melodiosos, tal cual como si fueran adivinos, con esas demostraciones prácticas de unos verdaderos juglares, pienso en su dignidad recogida de una cultura plena, llena de amor a todo y a todos. El sombrero de la caña flecha, “sombrero volteao” las sandalias tres puntá, el pantalón de dril de color caqui y la camisa larga de lino, remangada, era la forma más discreta de presentación familiar, sentados en los muebles de madera o butaques que ellos mismos elaboraban, cuánto extraño a mis familiares ya difuntos.
La última vez que vi a mi padrino, fue en la casa de mi mamá, llegó con Imera su esposa, ella llevaba una flor de tercio pelo colgado a su cabellera, le preguntó por la señora Rosario Durán le dijo que su hermana Chayo estaba con sus achaques de la cadera, viviendo los minúsculos problemas de su vida cotidiana.
Quiero expresar mucho más de mi familia, el problema es que cundo uno más escribe se torna más difícil la escritura por los recuerdos.