Por: Alberto Fernández
La inequidad, la injusticia social, la discriminación, la desigualdad, están en nosotros mismos, en nuestros corazones.
No hemos sido capaces de amarnos los unos a los otros, entre más se tiene más se quiere, el ego y la vanidad nos hace personas egoístas.
Bien lo dijo el autor en su obra «La riqueza de las naciones» Adams Smith: las necesidades del hombre nunca serán satisfechas.
Ni siquiera hemos aprendido a convivir con el prójimo, a desprendernos de ese poco de más que tenemos y dárselo a aquellos que nada tienen.
Las ansias de poder es la ruta a seguir por quienes desean ser «importantes» más no útiles en la vida. Predomina la cultura del atajo, hagamos fiesta lo que nada nos cuesta, apostando al enriquecimiento ilícito, el mal de nunca acabar entre quienes administran la cosa pública, esos mismos que llevan enquistados hasta en los tuétanos la corrupción, el cáncer de todos los tiempos.
Queremos vivir como reyes, en mansiones lujosas, ostentosas, onerosas, rodeados de lujos y excentricidades, justificando la tenencia como el derecho propio de unos pocos, frente a la necesidad de una inmensa población que carece de todo, producto de la injusticia social y que clama a gritos porque se disminuya la brecha entre ricos y pobres.
Creemos en lo que nos conviene creer, hablamos lo que nos interesa escuchar y actuamos conforme a nuestras conveniencias.
Por eso crucificaron a Jesús, porque no nos habló de una revolución material, sino de la revolución espiritual, esa capaz de transformarlo todo… ¡EL AMOR!
Síguenos en la web: www.lalupacienaga.com.co